Como medidas reactivas para la lucha contra el COVID-19, la cuarentena parece ser la más idónea y necesaria, pero ¿es posible cumplirla?, ¿quiénes pueden hacerlo y en qué condiciones? ¿#QuédateEnCasa es posible cuando no tienes trabajo estable, cuando no tienes quién te cuide? ¿Qué significa el grito sureño del cuidado sobre las ganancias? ¿es posible afrontar al COVID-19 más allá de lo individual, de mi núcleo familiar? ¿Es posible construir redes y alianzas amplias y solidarias?
Solo bastaba observar nuestras calles, antes de la pandemia, para evidenciar una porción cada vez más grande de trabajadores/as obligados a “inventarse” su propio empleo ante la carencia de uno “formal”, sobreviviendo con actividades productivas de corte familiar o independiente, con recursos escasos o con casi nula tecnología, contribuyendo al círculo de pobreza, precariedad e inestabilidad alrededor de los sectores productivos y en beneficio de la economía formal. Ello, producto de 30 años en los que en Latinoamérica se ha privilegiado el crecimiento económico sobre el bienestar y desarrollo. Se han mantenido las olas de reducción de gasto del Estado, comprimiendo los servicios públicos e implementándose una oleada privatizadora y un Estado subsidiario, que ha sido la pauta de la instauración e institucionalización del régimen neoliberal. Bajo esta mirada la participación estatal en el funcionamiento del sistema de precios constituía la causa del deterioro de la estabilidad y los equilibrios “naturales” del mercado. A ello, se le atribuía la raíz de todos los problemas de la sociedad [1], por tanto era indispensable su remoción y vital la promoción de la competencia para la regulación del mercado y el individualismo como forma de vida.
Desde ese imaginario impuesto y el discurso imperante se nos exige evidenciar que lo central radica en el sistema económico y financiero, que el bienestar depende de mantener la misma política económica de los últimos 30 años, que hasta el propio Banco Mundial considera fracasada, y el modelo primario exportador, ahora con más amplitud de los servicios, la informalidad y la economía ilegal, en el marco del neoliberalismo. Sin embargo, desde las miradas feministas, la reproducción de la vida no se agota en las lógicas de mercado, que se entiende como la mercantilización de los espacios, de lo público, de lo común, de lo solidario, en resumen de la vida, sino que se amplía y revitaliza con los cuidados, reconociendo que necesitamos de otros/as, que necesitamos cuidar y ser cuidados, siendo la interdependencia y el reconocimiento de la necesidad universal de cuidados, cuestiones básicas para que la humanidad y el planeta siga existiendo y se garantice su bienestar como una responsabilidad social y política.
En este contexto de desprotección social y crisis de los cuidados es que nos sorprende el COVID-19, donde los sectores más afectados son: trabajo y salud, con precaria infraestructura para atender la crisis, personal sin garantías para el trabajo e insuficiente tecnología para combatir el virus. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la pandemia ha afectado a un total de 160 países que registran contagios, entre los cuales están los latinoamericanos, que no sólo tienen sistemas precarios de sanidad, también relaciones laborales débiles y desprotegidas, las cuales han privilegiado los trabajos atípicos, inseguros y altamente “flexibles [2]”, dejando de lado y aniquilado la regulación proteccionista, que refería al trabajo típico y estable. En toda Latinoamérica se observa una baja capacidad de las economías nacionales para generar empleos productivos y con derechos. Durante largo tiempo se ha venido implementado reglamentaciones desfavorable hacia los trabajadores/as que ha propiciado la flexibilización de las relaciones laborales [3], generando decrecimiento del empleo, precarización de las condiciones laborales, el desmejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores/as y el debilitamiento sindical (Sotelo 2003: 94).
En un escenario de despojo, una de las grandes “proezas” del neoliberalismo ha sido haber naturalizado las lógicas individualistas, desde la cual “cada quien baila con su propio pañuelo” y, por tanto, cada quien atiende sus necesidades de cuidado hasta donde sus recursos lo permitan, invisibilizando las desigualdades, allí donde el Estado debería intervenir. Bajo esta mirada y el enfoque de la economía neoclásica, que además es patriarcal [4], los cuidados no son considerados como trabajo, y ante las medidas de cuarentena por el COVID-19, estos son relegados a las familias, con precisión a las mujeres. Y ¿si contraen el virus? y ¿si el agotamiento de los cuerpos femeninos no resiste más?, entonces ¿el sistema colapsa? Como dice Natalia Quiroga [5]: “Cuando la vida se pone en riesgo, la economía financiera, por más especulativa que sea, no se puede sostener…. La caída continua de las bolsas de valores y de sus múltiples indicadores especulativos, entre ellos el riesgo país, dan cuenta de que sin vida no hay posibilidad de que la economía funcione; no hay sistema económico que se sostenga cuando millones de seres humanos están en riesgo.”
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), a finales de 2019 se registraban 140 millones de trabajadores/as en el sector informal, es decir uno de cada dos trabajadores/as, en América Latina y el Caribe, siendo la mitad mujeres, que, a diferencia de sus pares, en la mayoría de casos sostienen solas el núcleo familiar, tanto en el ámbito productivo como el reproductivo [6]. La incorporación de las mujeres al mundo laboral es aún insuficiente (aunque en ascenso) y precaria. Según Carrasco [7]: “mientras existía el tipo tradicional de familia junto al modelo de producción fordista y los trabajos de mujeres y hombres aparecían como paralelos e independientes, el nexo entre el cuidado de la vida y la producción capitalista permanecía oculto y toda la actividad que realizaban las mujeres en casa -cuidado físico y psicológico de la vida humana- se hacía invisible. Pero cuando las mujeres pasan a realizar los dos trabajos y viven en su propio cuerpo la enorme tensión que significa el solapamiento de tiempos y el continuo desplazamiento de un espacio a otro, entonces es cuando el conflicto de intereses entre los distintos trabajos comienza a hacerse visible. De esta manera, la tensión vivida por las mujeres no es sino reflejo de la contradicción mucho más profunda: la que existe entre la producción capitalista y el bienestar humano, entre el objetivo del beneficio y el objetivo del cuidado de la vida. Entre la sostenibilidad de la vida humana y el beneficio económico, nuestras sociedades patriarcales capitalistas han optado por éste último”. Uno de los claros ejemplos de desinterés por la vida, es la mayor flexibilización laboral en nuestros territorios, el descarte de los derechos afirmando su elevado costo para el funcionamiento de las inversiones y la productividad en detrimento de la calidad de vida de las personas e impactando de forma más severa en los cuerpos feminizados, empobrecidos y racializados.
De otro lado, ¿quiénes pueden cumplir la cuarentena? manifestamos que, en casa, con tranquilidad y salvaguardados por la familia y el salario, sólo pueden estar una minoría que tienen garantizada la vida con un gran acumulado de capital y cuidados privatizados, y una pequeña porción de trabajadores estables. Del otro lado, la gran mayoría se encuentra en informalidad laboral, considerando que esta no se reduce sólo a los autoempleados/as, a los sectores de menor productividad, sino que también abarca a una parte de los trabajadores/as de empresas medianas y grandes, e incluso el Estado; para quienes quedarse en casa resulta muy difícil por las carencias económicas y para las mujeres, insertas en esta condición, casi imposible.
El COVID-19 no sólo ha despertado el temor al contagio y exposición de la salud, también ha originado un tipo de pánico que ha impulsado un consumo irracional. En muchos países se agotaron los insumos sanitarios, los supermercados quedaron desabastecidos ante olas de gente comprando lo que no necesitaba, engrosando los bolsillos de las multilatinas y multinacionales, que no encontraron mejor momento para incrementar el lucro, promover el alza de precios y el acaparamiento de productos. Sin embargo, la otra cara de la moneda con la implementación de la cuarentena mostraba espacios de economía barriales o populares siendo fiscalizados profundamente, obligados a cerrarse en muchos casos, generando desconcierto al ser este su único patrimonio para la subsistencia. En el caso de la pequeña producción agrícola de autoconsumo y venta al mercado, encontraron sus circuitos y espacios de venta obstruidos, con altos fletes para el transporte, y el nulo apoyo de los gobiernos. Estas economías tienen escasos niveles de acumulación, casi siempre se sostienen en el flujo diario, y no tienen la misma capacidad de soporte que los grandes supermercados, por eso es preciso concientizarnos sobre las decisiones que tomamos a la hora de comprar, no sólo no hacerlo en cantidades desproporcionadas, sino a quién le compramos.
“Hay personas que tienen su dinero, tarjetas y pueden comprar lo que necesitan para esta cuarentena, pero hay quienes no tenemos. Tengo dos hijas pequeñas, vendo a diario especerías en la puerta del mercado, me siento con mi cajón, y ya nadie compra porque tiene miedo, porque no vendo envasado sino suelto (artesanal). Una de mis hijitas está con una infección estomacal y ya no tengo ni para las pastillas”. Melissa, 32, San Juan de Lurigancho-Perú
Sin duda la crisis nos está impulsando a reflexionar y repensar las formas en las cuales entendemos el trabajo, los cuidados y la seguridad social. Para las mujeres en situación de informalidad laboral, mantenerse en cuarentena es una misión imposible porque hay incompatibilidad en la búsqueda de recursos económicos, los trabajos de cuidado y el tiempo, situación que era ya difícil en contextos “normales”.
Cotidianamente, las mujeres pueden salir adelante mediante el soporte de las redes familiares, las comunitarias o los escasos servicios de cuidado para infantes, personas con discapacidad o adultos/as mayores que le permiten seguir viviendo, adecuar tiempos precarios para el trabajo remunerado y sosteniendo sus hogares. Queda claro que no solo hace falta el salario y que este no define el trabajo, ni su seguridad. Con el aislamiento de estas redes, a veces constituidas por la vecina, la abuela, la tía, alguna otra familiar, el cierre de las guarderías y los colegios, las mujeres son las más afectadas, debido a la saturación de trabajo. Sobre ellas recae el peso de los cuidados materiales, como las necesidades fisiológicas y los inmaterial, vinculados a lo afectivo-relacional y al bienestar emocional y espiritual del resto de integrantes de la familia. Y resulta, además, una preocupación adicional la búsqueda de ingresos para la subsistencia diaria, que supone un nivel muy alto de estrés con impactos en la salud y la posibilidad del debilitamiento del sistema inmunológico (Sánchez, 2007) que las colocaría en un nivel de propensión más peligroso ante el contagio de COVID-19.
Para quienes se encuentran en situación de informalidad laboral, sobre todo mujeres, es indispensable contar con subsidios económicos que le permitan sostenerse y garantizar sus condiciones de vida.
“Contaba con los 40 soles (cerca de US$13) que me iba a ganar limpiando la casa de la una señora en Jesús María, con ello iba a comprar la comida de dos días para mí, mis tres hijos y mi nieta. Sin embargo, al llegar a la casa de la señora me dijo que no contaría más con mis servicios porque estaba de cuarentena y no podría meter a su casa personas de las cuales no sabía su situación de salud” Carmen, 53 años, Lima-Perú
“Trabajaba en un hotel grande en Miraflores, no estoy en planilla, me pagan por recibos, apoyo en la limpieza. Ayer llegué y me dijeron que ya no contarían con mis servicios porque tienen que reducir personal ante la crisis. Ganaba salario mínimo y ahora no sé qué hacer. Mi esposo trabaja con la moto(taxi) y también está sin pasajeros. No sé qué vamos hacer, tengo una bebita y mi madre en casa, ¿cómo les decimos que no hay para la comida?” Benita, 27, Villa El Salvador-Perú
Cabe decir, que una porción pequeña de mujeres en situación de informalidad, ha logrado seguir subsistiendo mediante el teletrabajo, sin embargo, este se da en condiciones precarias, acumulando ambos trabajos, sin la mínima consideración para desarrollar una labor adecuada.
“Soy madre separada de dos pequeñas de 4 y 7 años. Soy diseñadora gráfica y antes de que nos tocará afrontar el coronavirus, ya estaba sobrecargada. Sin embargo, contaba con el apoyo de mi madre para el cuidado de las niñas, ella ahora está con mi hermana, pues dada su edad debemos protegerla y el padre las atendía tres días a la semana. Con la cuarentena me he quedado sola, con todas las labores de la casa, las niñas y el trabajo. He logrado conservar algunos cachuelos (trabajos) y debo hacerlos al mismo tiempo que cocino, lavo, plancho, cuento cuentos, bailo con las niñas y una decena de cosas más. ¿Quién me cuida a mí? A veces ya no quiero levantarme, pero mis niñas me necesitan”. Linda 28 años. Ventanilla. Perú
Con la instauración de la cuarentena, como se colige de los testimonios, se reduce la actividad económica afectando directamente a las trabajadoras informales, (principalmente trabajadoras domésticas y del comercio ambulatorio), y la posibilidad de conseguir ingresos económicos se ve altamente afectada, pues pierden el sustento de vida de forma abrupta, con nulas posibilidades de encontrar un ingreso que lo pueda cubrir, dejando de atender desde la alimentación, hasta la cobertura de servicios básicos o el pago de deudas crediticias que garantizan el techo o el consumo cotidiano.
Para afrontar esta crisis, los gobiernos han implementado medidas económicas. Desde bonos o canastas de productos, basados en las cifras de pobreza como en los casos de Perú, Argentina, Panamá y Bolivia, pasando por medidas que fomentan la flexibilización laboral como en Brasil y Colombia, hasta las más audaces como las de El Salvador que promueve la suspensión por tres meses de los pagos de servicios y el congelamiento de los créditos hipotecarios, préstamos personales y tarjetas de crédito y Venezuela que ha implementado un subsidio para informales. Hay medidas que atienden problemáticas generales y paliativas focalizadas en las líneas de pobreza, cuyos sistemas de medición además dejan ver la poca capacidad para lidiar con una crisis como esta, que no afecta solo a personas en situación de pobreza sino a gente que realiza sus actividades económicas en las clases bajas o media bajas, pero que no son pobres y que no están mapeados en los sistemas de focalización, y salvo el caso venezolano, ningún gobierno se ha focalizado en el sector informal y menos en mujeres, desatendiéndolas y dejando bajo su cargo el trabajo de los cuidados y la imposibilidad de asignarle un subsidio que le permita llevar una adecuada cuarentena y como menciona Quiroga ninguno reconoce la protección social como un derecho humano sino como una condición que se deriva del mundo de los ingresos.
Otro de los aspectos críticos de la cuarentena, es que las mujeres, al encontrarse desprotegidas económicamente, asumen los riesgos asociados a la violencia en sus hogar, contra ellas y sus niñas, porque el hecho de estar en situación de encierro obliga, en muchos casos, a una convivencia forzada con los agresores. Las evidencias demuestran que, en un contexto de emergencia, los riesgos suelen incrementarse debido a las tensiones en el hogar. Sin embargo, las mujeres, al no contar con suficientes ingresos económicos, enfrentan obstáculos adicionales para cortar y alejarse de una pareja violenta, y adicionalmente son expuestas a la explotación sexual y/o la trata.
Finalmente, es preciso mencionar que esta emergencia por el COVID-19 ha dejado al descubierto, que sin cuidados no se vive y que sin vida no se produce, y que por lo tanto, es necesario y urgente un cambio de paradigma que signifique mirar, entender e interpretar el mundo desde otras perspectivas, que coloquen en el centro la obtención de una vida saludable, libre, participativa, con igualdad de género, y en el interés colectivo de la comunidad Esto significa desplazar el centro de la atención desde lo público mercantil hacia la vida humana, reconociendo en este proceso la actividad de cuidados realizada fundamentalmente por las mujeres. Cambiar el centro del objetivo cambia la visión del mundo, al pasar de la lógica de la cultura de la maximización del beneficio a la lógica de la cultura del cuidado. Ambas opuestas y en tensión, imposibles de conciliar, porque no se puede establecer un consenso o una complementariedad, puesto que una demanda que el tiempo se ordene con los encargos el cuidado, y la otra, hace que se utilice el tiempo bajo las lógicas de la producción capitalista. La crisis del COVID-19 está dejando mucho en que reflexionar, pero eso no significa que la situación vaya a cambiar. Como manifiesta Byung-Chul Han un virus no hace la revolución, es la propia gente la que tiene que repensar radicalmente el capitalismo, por ser destructivo de la sociedad y la naturaleza, y este puede ser un momento adecuado para cambiar el modelo o este se profundizará. Las resistencias y organización, como muestras de entendimiento de otro mundo posible, deben surgir y evidenciarse ahora.
[1] Se entendía que, si todos los agentes económicos son iguales, poseen la misma información y cuentan con una “porción” de riqueza que utilizan de manera racional en la adquisición de bienes y servicios (basados en la teoría de elección racional), no se requiere que alguna instancia pública intervenga en los procesos económicos
[2] Orientado abaratar los costos (derechos) laborales, los despidos, reducir personal, regular los salarios mínimos, flexibilizar los contratos de trabajo y orientar las negociaciones laborales de acuerdo al mercado y de la empresa, sin la protección del Estado ni de los sindicatos.
[3] Entendida como la adaptación de las normas laborales a la realidad económica y social impuesta por el modelo neoliberal.
[4] La teoría neoclásica tradicionalmente ha considerado a la familia como algo “exógeno” al sistema económico, como algo que evoluciona de manera independiente de la economía
[5]https://www.lavaca.org/notas/coronavirus-y-economia-cuando-el-cuidado-esta-en-crisis/
[6]https://www.ilo.org/global/research/global-reports/weso/2019/WCMS_670569/lang–es/index.htm
[7]http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20101012020556/2carrasco.pdf
Rosario Grados es Politóloga con estudios de Maestría en Género y Desarrollo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Becaria de la escuela de verano: Making Global Fair de la Universidad de Kassel, Alemania. Miembra del Grupo Economía Feminista de la Red FESminismos de América Latina y de la Comuna Ventura Ccalamaqui.
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