Luciana Peker confiesa que mucho de su tiempo como periodista lo pasó llorando en los baños de las redacciones en las que trabajó.
Luciana Peker confiesa que mucho de su tiempo como periodista lo pasó llorando en los baños de las redacciones en las que trabajó. Ella insistía en hacer un periodismo preocupado por temas de género, de mujeres. Sus colegas, en su mayoría varones, le censuraban los textos y a menudo consideraban su trabajo como un periodismo “menor”. También se burlaban de ella, le decían que era “incogible”, le gritaban —cuando estaba embarazada— que se fuera, le reclamaban cada vez que faltaba al trabajo por atender los asuntos de sus hijos y le decían que era su culpa que nadie la quisiera, que después de todo ella era la que insistía en escribir sobre violencia de género.
Luciana Peker temblaba, sufría de pánico y lloraba en los baños.
“Creo que ni mis compañeros de ese momento podían creer que con esa sensibilidad haya podido superar esas barreras y escribir libros. Yo nunca fui, ni soy, del tipo de periodista dura y aguerrida, no porque no quiera sino porque no me da el cuero. Soy todo lo contrario: súper sensible”, dice Peker al otro lado del teléfono.
Hoy Luciana Peker es una de las periodistas especializadas en género más reconocidas de Argentina y una de las más visibles en Latinoamérica. Escribe en Las 12, un suplemento del medio argentino Página 12, ha sido columnista de varias emisoras de ese país, ha publicado en el New York Times, El País, El Mundo y Anfibia y se ha ganado varios premios en reconocimiento a su labor. Ha escrito libros sobre el deseo de las mujeres como la esencia de la autonomía femenina, sobre la historia del movimiento feminista y sobre las mujeres ferroviarias en Argentina.
Nunca ha dejado de hacer periodismo.
Más recientemente, mientras las calles de Buenos Aires se empezaban a llenar de miles de mujeres con pañuelos verdes, Luciana Peker dio un discurso en el congreso de su país, pañuelo verde al cuello, sobre la necesidad de garantizarles a las mujeres un aborto legal, seguro y gratuito. Fue una de las mujeres que en 2018 llevaron los reclamos de las marchas a los micrófonos del Congreso argentino. Un año después, Luciana publicó su cuarto libro, La Revolución de las Hijas, un texto sobre quienes ella considera son las protagonistas y gestoras de esta reciente ola del feminismo en Latinoamérica: las adolescentes, las hijas.
“No voy a parar hasta que mi hija tenga los mismos derechos que mi hijo. Pero, por sobre todo, la que no va a parar es ella. Ellas no van a parar”, escribe Peker en La Revolución de las hijas.
“Las chicas son las más estrictas, las más radicales y creo que son las que han conseguido mayores logros. (…). Te puede pasar que las pibas te planteen cosas que a vos nunca se te habían pasado por la cabeza, incluso periodísticamente. Yo trabajo en un suplemento feminista y para nosotras el tema del acoso sexual no era fuerte en la agenda. Fueron las jóvenes las que lo impusieron. Por supuesto son cosas que también las mujeres adultas, como yo que tengo 45 años, habíamos soportado en nuestro colegio secundario pero que no se nos había ocurrido cuestionar”, asegura Luciana.
Asegura, además, que muchos de esos encuentros con el feminismo de las más jóvenes los tiene en su casa, con su hija de 13 años. Las dos son feministas pero hay diferencias en la forma en que cada una vive su feminismo. Su hija, cuenta, no se depila. Luciana sí. A Luciana le gusta la menstruación, su hija dice que la odia. “El otro día, por ejemplo, me dijo: ‘vos porque sos de otra generación, yo ya estoy más deconstruida, si encuentro a Dios lo acabo a palo’, me dice, ‘¿para qué me hizo menstruar?’”.
Lo que se convertiría en la Ola Verde empezó a inicios de 2018, cuando las marchas multitudinarias de “Ni una menos” contra los feminicidios empezaron a cambiar el color morado por el verde y a hablar sobre aborto. Las exigencias de las mujeres era que la ley argentina cambiara para hacer el aborto legal en toda situación, ya no solamente cuando el embarazo fuera producto de una violación o cuando la vida de la mujer estuviera en riesgo. La presión de la movilización llevó a que en febrero de 2018 el presidente, Mauricio Macri —opositor del aborto—, permitiera al Congreso abrir un debate sobre el tema.
Así empezaron unos cinco meses de discusiones en el Congreso y de movilizaciones en las calles que terminaron en el estancamiento normativo: la ley se quedó igual.
Sin embargo , las marchas multitudinarias desataron un movimiento en el resto de Latinoamérica. Desde su aparición en Argentina, los pañuelos verdes se han ido esparciendo por el continente y han ido apareciendo en las marchas a favor de la legalización del aborto en países como Colombia, México y hasta España. Lo que parece haber fracasado en el cambio de una ley se ha vuelto un capítulo aparte en la historia del feminismo en Latinoamérica.
“Yo creo que no es casual”, dice Peker sobre el hecho de que haya sido Argentina la cuna del movimiento. Según Peker, son varias las condiciones que llevaron a eso: el exilio de mujeres que durante la dictadura en los setenta huyeron a Europa y que a su regreso trajeron al feminismos consigo; los Encuentros Nacionales de Mujeres que se han organizado durante 33 años y que han fortalecido la estructura del feminismo en Argentina; y por último, que a diferencia de otros países de la región como Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua o Brasil, Argentina no tiene estructuras de violencia sicaria que representen un riesgo mayor para quienes denuncian y marchan.
“Para mí lo que nos da todo eso a las mujeres argentinas es una mayor responsabilidad con las mujeres latinoamericanas. Hay que entender que en otros países de América Latina el riesgo de enunciar en redes sociales, en la calle, en movilizaciones masivas es mayor. Eso hay que entenderlo para tener mayor compromiso en la Argentina”, asegura.
El feminismo y el periodismo son dos cosas que siempre han ido a la par en la vida y el oficio de Luciana Peker. Cuando empezó a interesarse en la escritura —aún estaba en el colegio— también empezaba a interesarse por el feminismo. Sin embargo, sí tiene muy claro el momento cuando decidió que lo que quería ser era periodista especializada en género: hizo una pieza sobre varias mujeres que querían ligarse las trompas pero la justicia argentina no las dejaba. Luciana recuerda particularmente a una mujer que tenía nueve hijos —incluyendo un bebé con Síndrome de down al que debía dejar solo en la casa sobre la cama.
Después de hacer esa nota, dice, no fue ya la misma.
“Eso me cambió la vida. Decidí que ya no iba a considerar ese periodismo como algo menor sino que siempre iba a pelear por esos derechos”.
Hasta entonces había trabajado en lo que llama “revistas femeninas clásicas”, pero su norte seguía siendo el periodismo político duro, el periodismo de investigación, frente al que los temas sobre los que escribía le parecían menores. Pero esa nota, confiesa, lo cambió todo. Hoy se reconoce como una periodista de género nacida y crecida en revistas femeninas, espacios en los que, sostiene, se hace periodismo bueno y feminista sin ser necesariamente los medios prestigiosos a los que los periodistas supuestamente quieren llegar.
Hoy, después de 22 años de trabajo, la apuesta de Peker es un periodismo feminista popular. Dice que lo que le interesa es hablar de los temas de género con quienes aún los desconocen, no con quienes ya están convencidos. Por eso también aboga por un feminismo que incluya a los hombres, una postura que resulta polémica entre varios sectores del feminismo.
“En Argentina hemos llegado tan lejos que ya sin transformar a los varones no podemos seguir avanzando. A mí no me interesa la teoría sino la práctica, cambiar las realidades, detener los femicidios, las violaciones, el acoso y generar mejores condiciones sociales. Creo además que el feminismo es hoy el verdadero enemigo del neofascismo. Cuando te pensás no solo como una agenda de género sino como un movimiento político, es inclusivo. Por supuesto sin tolerar ninguna forma de violencia ni de machismo ni poniéndoles una alfombra roja a los varones. Pero sí creo en un feminismo que pueda transformar también la realidad de los varones y dar peleas sociales como la ambiental, la migratoria, la política económica”, asegura la escritora.
Esa búsqueda de transformación de realidades la ha llevado a participar como invitada en programas de radio y de televisión tradicionales argentinos en los que la inclinación en muchos casos sigue siendo machista y conservadora. Luciana confiesa que a menudo es una labor que resulta agotadora y que la lleva a cuestionarse por qué acepta ese tipo de invitaciones, pero su convencimiento de hacer un periodismo feminista que alcance a otros, que se salga de la academia y de los círculos militantes, es lo que la mantiene yendo.
Años después de la época en las que recibía insultos, burlas y se iba a llorar a los baños, Luciana Peker reconoce que muchas cosas han cambiado al interior de las redacciones. Las violencias de género ya se reconocen por su nombre, en los grandes medios argentinos se habla de femicidios y se habla de las movilizaciones masivas de las feministas en el país y de sus peticiones. Sin embargo, dice, no todo se ha logrado.
“Aún hay grandes resistencias, no porque no haya audiencia, sino porque hay poderosos, los dueños, que tienen miedo del feminismo. La verdad es que el poder es violento, y hay muchos más varones violentos y abusadores de los que creíamos. Yo creo que esas resistencias son personales. No es una resistencia por los contenidos sino por lo que interpela puertas adentro de las redacciones”, asegura.
Pero, dice, así como hay lecciones que el periodismo debe seguir recibiendo del feminismo, también hay aprendizajes que el feminismo puede recibir del periodismo.
“No creo que haya que hacer solo militancia y creo que el periodismo feminista tiende a ser excesivamente militante. Hay que volver a ciertas bases del periodismo: a la investigación, a los datos, a las voces, al chequeo. Creo en las herramientas periodísticas. Dentro del feminismo la apelación es a usar más herramientas del periodismo. A investigar más, a tener mejores datos, a no caer solo en discursos académicos o activistas sino en realmente usar las herramientas más válidas del periodismo”.
*Esta nota fue publicada originalmente en la revista Cerosetenta.
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