La economista Natalia Moreno, una de las voceras de la campaña Menstruación Libre de Impuestos, cuenta los detalles de la lucha de más tres años que terminó convirtiendo a Colombia en el país pionero en la región en eliminar los impuestos a toallas higiénicas y tampones.
El 14 de noviembre de 2018 fue un día histórico para las colombianas. Luego de tres años de lucha y activismo en todos los espacios, la Corte Constitucional decidió quitar el impuesto del 5% del IVA a tampones, toallas higiénicas y protectores. Así fue cómo el país cafetero se convirtió en el primero en América Latina en reconocer que es discriminatorio que las mujeres tengan que pagar más por artículos de primera necesidad.
La joven economista Natalia Moreno fue una de las voceras de la campaña “Menstruación Libre de Impuestos”, que luego de una serie de tropiezos buscando acuerdos con el Ejecutivo y el Parlamento acudió al tercer poder público para dar su pelea. El fallo demoró un año y medio y terminó por darles la razón, concretando una victoria que anima a las mujeres de otros países de la región a sumarse al debate.
En medio del segundo Taller del Futuro organizado por FES y que reúne a mujeres de América Latina y el Caribe para reflexionar sobre economía feminista, Natalia se toma un tiempo para contar cómo se organizó la iniciativa que hoy ubica a Colombia como un país pionero en la menstruación libre de impuestos.
—¿Cuál es el diagnóstico que hacen respecto a la situación de los impuestos para estos artículos en la región?
Justamente, lo que hemos podido analizar es que en todos los países de América Latina, a excepción de Colombia por la movilización que se dio a través de la campaña Menstruación Libre de Impuestos, tienen IVA en estos productos y desafortunadamente con tarifas plenas. Pasa que el IVA es un impuesto al consumo que tiene diferentes tipos de tarifas de acuerdo a si los bienes son o no de primera necesidad. En teoría, los bienes de primera necesidad no deben tener ningún tipo de impuestos porque al tenerlos sube el precio y significa que las personas de menores ingresos no podrán acceder a estos productos y eso es peligroso para la vida humana.
Lamentablemente, en los países latinoamericanos -como el caso de Colombia, por ejemplo- el 53% de la canasta básica tiene IVA. No debería ser así pero los gobiernos no fijan los impuestos por lógicas distributivas ni por la equidad, sino por recaudo. Necesitamos plata y como les estamos dando más facilidades a las grandes corporaciones trasnacionales, pues de algún lado hay que sacar la plata y muchas veces termina siendo de la canasta básica.
Para este caso, hemos visto que la mayoría de los países tienen la tarifa plena del IVA, de 16% a 21% de impuesto, que es un costo muy alto que solamente se debería cobrar a los artículos de lujo. Nosotras no estamos en contra de que se cobre IVA, sino que no se cobre en artículos de primera necesidad, ya que el mensaje que nos envían es que son artículos de lujo, lo cual obviamente no es cierto. Pero, además, se cruza con otra variable y es que estos son los únicos artículos de la canasta básica que sólo utilizamos las mujeres y el motivo por el que cual los utilizamos no es porque sea una vanidad o una opción, sino por una condición biológica y eso es muy peligroso porque cuando un Estado utiliza una diferencia para generar un sobrecosto, termina traduciendo las diferencias físicas en desigualdades sociales y eso nos parece inaceptable.
Es mucho más grave teniendo en cuenta que hombres y mujeres no tenemos las mismas condiciones económicas y hay muchísimos indicadores que lo demuestran: la tasa de desempleo, la participación laboral, la brecha salarial, la informalidad. Así que estamos haciendo trabajo no remunerado, ganamos menos por las brechas salariales y además pagamos impuestos sexistas.
—¿A qué llaman impuesto rosa y qué es lo que han observado sobre estos artículos?
Además de los impuestos a toallas y tampones, nos están cobrando un sobrecosto por los artículos rosados que en teoría son para las mujeres. Ya entrar a diferenciar entre colores, reproduciendo estereotipos de género, es detestable, pero que además abusen subiendo los precios a un artículo rosado es mucho peor. Acá, en el encuentro en Bolivia, me encontré con esto: tenemos dos botellas de agua exactamente iguales, una es rosada para mujer y vale 3,50 pesos bolivianos y la azul cuesta 3 pesos bolivianos. Esto tan ridículo que pasa con una botella de agua se extiende a las cuchillas gillette, a los shampoo, desodorantes, talcos, etcétera. Hay estudios serios sobre estas diferencias de precios, que pueden llegar a ser de hasta 30%. Entonces, evidentemente ahí hay un abuso y una preconcepción de que las mujeres igual consumimos, al precio que sea, pero vamos a consumir.
Esto que se denomina en el resto del mundo como pink tags, ha sido denunciado por muchos países a nivel mundial. Nosotras creemos que en los lugares donde se comercializan estos productos ya están atentos al tema y han empezado a poner en un lado las cosas celestes y en otro las cosas rosadas para que la comparación ya no sea tan fácil. Como estas cosas son más caras y los impuestos se calculan a partir del precio final, terminas pagando más impuestos también por los productos rosados, porque generalmente todos estos artículos de aseo personal tienen la tarifa plena de IVA. Al final, no es que exista el impuesto rosa, es una analogía para visibilizar esos sobreprecios que estamos pagando por los artículos rosados. Es legal, sí, porque esos países tienen libertad de precios y las multinacionales pueden subirlos cuando quieran. Es justo, no: los países deberían llevar control de precios sobre estos productos para que no haya abusos, teniendo en cuenta que las mujeres trabajamos más y nos pagan menos.
—¿Cómo empiezan la campaña en Colombia y cómo avanzan hasta lograr esta medida tan inédita en la región?
Todo fue gracias a la movilización social. La idea surgió a partir de que nosotras comenzamos a estudiar el efecto de la política tributaria sobre las mujeres, a raíz de la reforma tributaria que se dio el año 2016 en Colombia. Entonces, en ese estudio descubrimos que en el estatuto tributario las toallas higiénicas y los tampones tenían la tarifa máxima de impuestos. Empezamos a calcular el costo del impuesto, empezamos a mirar cuánto cuesta la toalla, cuántas necesitamos al mes, cuánto estamos pagando por esto cada una al año, lo que pagamos todas las mujeres que estamos en edad reproductiva y demandamos estos productos. Al final, somos capaces de decirle al gobierno ‘usted está recaudando por este impuesto sexista 1 billón de pesos al año y eso es absurdo’. Es una cifra bastante elevada.
—¿Y cómo lograron convocar a las mujeres a sumarse a esta campaña?
Comenzamos a diseñar la campaña, el logo era un útero y le pusimos Menstruación Libre de Impuestos. Primero, publicamos un documento donde está nuestro diagnóstico, imprimimos camisetas, convocamos a organizaciones sindicales inicialmente, hicimos mitin frente al Ministerio de Hacienda, fuimos a hacer lobby político con una serie de congresistas, los convencimos de eliminar el impuesto en el marco del debate de la reforma tributaria, pero al final el gobierno les dijo que no lo hicieran.
Nuestra idea en el Congreso se frustró, por eso tuvimos que acudir al otro poder público de la Corte Constitucional. El Gobierno nos dio la espalda, el Congreso no quiso dar un paso adelante, la mayoría son pro gobierno. Redactamos una demanda en la que justificamos por qué ese impuesto iba en contra de la Constitución, dimos muchos argumentos: citamos muchos artículos de la Constitución que se violaban, sobre todo aquellos que protegen a las mujeres, que dicen que el sistema tributario debe ser progresivo y obviamente este tipo de impuestos no son progresivos. Y también violaba muchos de los acuerdos internacionales a los que se ha comprometido el país, como la CEDAW o la Conferencia Belem do Pará, que son acuerdos que ha firmado el Estado y que dicen que hay que disminuir las brechas de género y esta, obviamente, es una medida que va en contra de todo esto.
El fallo se demoró un año y medio, en el que nos mantuvimos movilizadas, hicimos mucha sensibilización con las periodistas como ustedes y sobre todo con las de grandes medios que nos pusieron en la agenda pública. Nosotras estábamos en televisión, en artículos de varios diarios importantes, nos dieron reconocimiento por los tres años de lucha por la igualdad de género, entonces lo importante fue poner el tema sobre la mesa y que todo el mundo estaba hablando de eso. Los grandes influenciadores nos ayudaron a difundir en Twitter, fuimos trending topic varios días seguidos, hicimos una agenda en radios, entonces fue toda una estrategia de alianzas con periodistas, con congresitas, con organizaciones de mujeres, y creo que fue la suma de cosas y un ambiente que nos favoreció.
Encontramos apoyo en organizaciones como la Mesa Nacional de la Salud por las Mujeres, quienes nos apoyaron evidenciando que si las mujeres no acceden a toallas higiénicas por precios tan altos tiene una serie de riesgos para la salud. También hubo argumentos de instituciones jurídicas que nada tenían que ver con feminismo, quienes señalaron que el impuesto era regresivo y viola el artículo tal, o sea tuvimos un amplio respaldo y también con firmas individuales. Empezamos a recorrer el país para llevar la campaña.
—¿Fue complejo lograr sumar a mujeres que estaban fuera de los espacios tradicionales de activismo feminista?
Sí, tenemos grupos focales posteriores a la campaña en sitios muy aislados del país en donde ellas reconocen la campaña, no saben quién la hizo, pero fue una cosa que realmente logramos llevar a las bases. También nos vinculamos con el mundo sindical que terminó haciendo una presión muy fuerte sobre la Corte Constitucional, ya que además tuvimos la fortuna de que la demanda la acogió la magistrada Stella Ortiz, que es encargada de temas de género, y eso ayudó mucho porque la Corte tiene 9 miembros y 6 son hombres, solo tres mujeres y una es Opus Dei, entonces cero posibilidad. Estoy segura que hicieron un lobby impresionante allá adentro y finalmente sacan un fallo en el que nos dan la razón. Nos dicen que es cierto, que es un impuesto regresivo y discriminatorio, fue un fallo icónico que por primera vez mezcla el tema de género con el tema tributario.
Así nos convertimos en el primer país de América Latina en eliminar los impuestos sexistas, yo reitero que fue la movilización social la que nos dio el triunfo. Definitivamente la movilización social es donde yo tengo todas mis esperanzas de cambio. No en el gobierno, no el Congreso, ya que mi país es un lugar donde los congresistas compran sus votos, qué van a representar nuestros intereses.
—¿Cómo reaccionaban los hombres ante el debate público? ¿Hubo opositores a la propuesta?
No, porque muchas veces estos artículos los compran también los hombres. En Colombia hay 5 millones de mujeres que se dedican de manera exclusiva a las tareas del hogar y y otras son jóvenes que no tienen ingresos propios, entonces muchas veces el hombre es el que compra las toallas. Yo creo que esta fue una lucha muy amplia de la sociedad en general, aunque obviamente no faltaba el que decía ‘ay, pero nosotros usamos cuchillas, entonces que les quiten el impuesto’. Yo respondía: pues yo estaré apoyando, lidera eso, porque tampoco creo que deberían tener impuestos, pero no me banalices mi lucha. También hubo ambientalistas que decían no, esto debería tener impuestos porque contamina el medioambiente. Yo les digo, tienes toda la razón, ojalá utilizáramos solo copas, pero no me vas a decir que el daño al medioambiente lo pagamos las mujeres empobreciéndonos. No hubo una sola congresista que se opusiera públicamente.
El avance tras la liberación de impuestos a toallas higiénicas y tampones no es suficiente para las colombianas. Hoy la copa menstrual representa una nueva opción para las mujeres y el medioambiente, pero esta alternativa sigue siendo de alto costo para algunas y representa problemas de acceso para otras. La tarea no es sencilla.
—¿Cuál es el efecto que tiene esta carga tributaria para las mujeres en la región?
Por lo menos, una cuarta parte de las mujeres a nivel latinoamericano no tienen ingresos propios. La informalidad laboral es altísima, con ingresos bajos, muchas veces sin seguridad social y todo por la división sexual del trabajo. Está demostrado que para mantener la carga del hogar aceptamos empleos muy precarios para poder tener horarios flexibles. Además la brecha salarial tiene un promedio del 20%, con tasas de desempleo mayores al 12%, entonces es evidente la feminización de la pobreza. Las mujeres somos más pobres porque además la gran mayoría no tiene compañero o compañera que complemente ingresos o que haga trabajo doméstico. En cambio, los hogares de jefatura masculina en su mayoría si tienen otra persona o que provee ingresos o que hace el servicio doméstico.
Es evidente que si cada vez más sostienes tu política tributaria en base a impuestos regresivos como el IVA pero además impuestos sexistas, lo que estás haciendo es empobrecer más a las mujeres. El impacto es negativo y además injusto porque la política tributaria no puede generar impuestos a raíz de diferencias físicas, eso es altamente discriminatorio.
—En este escenario, ¿cuál es la situación de la copa menstrual, que todavía tiene altos impuestos y que cada vez es más utilizada por las mujeres?
En Colombia todavía las copas tienen IVA. Ahora desde hace poco hay unos colectivos de derechos menstruales que le han pedido a la Corte que recoja la sentencia para las toallas higiénicas y la amplíe a las copas. Yo creo que es una excelente iniciativa y personalmente la uso hace muchos años. Creo que hay que ir para allá, estoy segura que el mundo va a ir para allá, pero todo es un proceso. En Colombia tenemos mujeres en el campo que gastan cinco horas al día en ir por agua para cocinar, pues no tendrán agua para lavar una copa. No hay servicios públicos y se requiere de ciertas cosas para usar esta nueva tecnología. O simplemente el costo de entrada es muy alto, entonces muchas mujeres no pueden comprar.
Es un proceso y que por ahora ojalá pudiéramos avanzar hacia que el Estado subsidiaria copas y que los países latinoamericanos produzcan copas de calidad, porque entonces haríamos un negocio de exportación a otros países. En Colombia ya hay iniciativas de producción nacional, todavía se está importando el insumo pero la idea es que lo podamos producir para que los precios también bajen, ya que ahora sumar IVA externo, el IVA interno y terminas en un precio que no muchas pueden pagar.
También requiere un cambio en términos culturales porque hay mujeres que tienen la plata y no se animan porque tienen muchos tabúes frente a la menstruación, tocar la sangre, etcétera. Es un proceso y como todo proceso requiere transiciones. No queremos que bajen los impuestos para que hayan más toallas, pero estamos haciéndonos cargo de una realidad.
—¿Como ayudó el discutir públicamente este tema para visibilizar la menstruación, que es algo de lo que no se habla y que aún se sigue considerando de mal gusto?
Me parece muy interesante este debate. Cuando nosotras comenzamos a mirar cuál era el eslogan de la campaña nos vimos obviamente en esto. Había gente que nos decía ‘cómo van a decir menstruación, eso es muy pesado’, una congresista nos dijo que era una humillación a los niños y una grosería, varias veces los medios oficiales nos invitaban pero nos pedían que no dijéramos la palabra menstruación, porque es grosero y espanta a los televidentes. Al mismo tiempo, para los medios fue muy atractivo, no sé si era muy amarillista, pero hubo algo de morbo que nos ayudó a entrar. Yo creo que si posicionó el tema de la menstruación, nosotras nos centramos en el tema económico pero de vez en cuando echábamos la polla, diciendo que de esto hay que hablar, explicando que las mujeres necesitamos cambiarnos las toallas o nos da una enfermedad que se llama síndrome de shock tóxico.
Obviamente, fue una excusa para hacer pedagogía para hablar de esto y posicionarlo como un tema público. No era lo principal pero fue lo que se dio. Creo que fue una estrategia muy buena porque metíamos un tema cultural. Ya todos hablan de menstruación y nadie se escandaliza, ahora hacemos conferencia con otros colectivos que sí tratan el tema cultural. En Colombia el activismo en torno a la menstruación se está fortaleciendo mucho. Las chicas jóvenes están súper animadas con el tema y ahora estamos trabajando en este proyecto junto a FES, que es muy interesante porque vamos a hacer un diagnóstico en toda la región para aportar elementos técnicos a las mujeres para que ellas lo tomen para campañas en sus respectivos países, creo que va a ser una cosa muy importante.
—¿Cómo pelear para conseguir estos avances y qué mensaje le darías a otras mujeres de la región que están pensando en iniciar esta lucha?
Yo diría que el mensaje es: nosotras nunca pensamos que lo fuéramos a tumbar. Partimos por luchar juntas, pero mira que vale la pena ser más optimistas, porque estas son pequeñas victorias. No es que hayamos desestabilizado el patriarcado pero si le abrimos un huequito y creo que además da mucha esperanza que cuando las mujeres nos juntamos y nos organizamos podemos lograr grandes cosas. Luchar sí sirve y esta fue la muestra, nosotras no éramos pagadas, solo voluntarias, habíamos mujeres de derecha y de izquierda, cosa que fue difícil pero lo logramos. Y hoy es un logro para más de 14 millones de mujeres colombianas. Nunca hay que rendirse, todos los derechos de la humanidad han sido adquiridos por movilización. Yo espero que esto inspire a las mujeres a entender que sí se puede y que el feminismo es esto, no una guerra de sexos ni el antónimo al machismo. Es una lucha por la igualdad y es una medida que beneficia tanto a hombres como mujeres. Hay que investigar, no desfallecer, organizarnos y trabajar juntas. Sí podemos.
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