Cada 24 de octubre se conmemora el Día Internacional contra el Cambio Climático, fecha instaurada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) para paliar los devastadores efectos producidos en el planeta, frente a emisiones que alcanzan niveles sin precedentes y a una última década que ha sido la más calurosa de la historia.
A cinco años de la firma del Acuerdo de París y frente a un lento avance de las medidas estipuladas para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados, en el mes de septiembre, durante la mesa redonda sobre cambio climático que tuvo lugar en el marco de la Asamblea General de la ONU, el Secretario General António Guterres, advirtió que “El mundo tiene una fiebre alta, y está ardiendo. Las alteraciones climáticas son noticia diaria, desde devastadores incendios forestales hasta inundaciones récord” y llamó a los países a combatir el calentamiento global con una acción y ambición climática mayor.
Mientras, desde los movimientos de mujeres y feministas visibilizan que las causas y efectos del cambio climático impactan de manera diferenciada y con mayor fuerza a mujeres y niñas, especialmente pobres. Al tratarse de la sostenibilidad de la vida futura, es un tema prioritario en la agenda feminista.
La red internacional GenderCC – Mujeres en favor de justicia climática, plantea en su sitio web que las políticas climáticas deben incorporar un enfoque de género porque mujeres y hombres contribuyen de forma diferente a las causas del cambio climático dado que las huellas ecológicas individuales son resultado de la distribución de roles de género, responsabilidades e identidades específicas y les afecta de maneras distintas porque esta construcción social de las responsabilidades consideradas propias de las mujeres, como las labores de cuidado, las vuelve más vulnerables. En cuanto a las respuestas al calentamiento global, menciona que mujeres y hombres manejan diferentes actitudes y preferencias, como el que ellas tienden a rechazar tecnologías de alto riesgo y prefieren medidas más holísticas que incluyen cambios en los estilos de vida.
Para entender el vínculo entre las desigualdades de género y problemas ambientales, la ecofeminista uruguaya Lucía Delbene Lezama, cofundadora del colectivo Dafnias que forma parte de la Red Latinoamericana de Defensoras de Derechos Sociales y Ambientales y parte de la red de FESminismos, detalla que la base de cómo se construyen las masculinidades y femineidades en la cultura occidental pone a las mujeres en una posición más cercana a la naturaleza.
El sistema capitalista y patriarcal necesita apropiarse de los bienes naturales y del trabajo no pago que hacen las mujeres para mantener la fuerza de trabajo, indica, “entonces le viene muy bien desprestigiar todo lo que tiene que ver con eso y tratarlo como un mero recurso a ser explotado y utiliza ese desprestigio para justificarse, para no cuestionar moralmente si lo que está haciendo está bien o no, y allí no solo entran la gran categoría mujeres y naturaleza, sino todos los tipos de grupos sociales históricamente discriminados como las comunidades indígenas, campesinas, etc.”.
Agrega que al existir algún tipo de afectación en el ambiente, se generan mayores dificultades para cumplir con las tareas que la división sexual del trabajo pone en manos de las mujeres. “Si hay un problema con el agua, todas las tareas de cuidado que requieren agua van a estar dificultadas y si hay enfermedades vinculadas a esa agua eso va a requerir más tareas de cuidados de las personas enfermas y todo eso recae sobre mujeres”, ejemplifica.
Mariana Blanco Puente, coordinadora del proyecto regional Transformación Social-Ecológica de la FES basado en México, por su parte, advierte que la pandemia de Covid-19 es un muy buen ejemplo de lo que sucederá con las emergencias climáticas, porque las condiciones para enfrentar la crisis fueron muy distintas entre personas con mayores recursos y las más pobres. “Cuando hablamos de efectos del cambio climático las mujeres tienen menos recursos y acceso a los servicios para enfrentarlo”.
La socióloga también pone el foco en el tema de los recursos hídricos. “Algunos de los efectos importantes que va a tener el cambio climático es la disminución de fuentes de agua dulce y por lo tanto del acceso al agua potable de la población; y las mujeres que en las zonas periurbanas o rurales son las encargadas de abastecer el agua para sus familias se van a ver afectadas porque será un doble trabajo conseguir agua potable”, situación que se repite frente a la escasez de alimentos.
En el caso específico de las niñas, Blanco expone que en situaciones de crisis son las primeras que dejan de ir a la escuela. “A las niñas desde chicas se les está inculcando que tienen que sacrificar ciertas cosas, lo mismo va a pasar con los efectos del cambio climático”.
Otra de las afectaciones sobre las mujeres tiene relación con los desplazamientos forzados o migración ambiental desde los territorios donde ya no existan condiciones de vida. “Está pasando y a futuro va a pasar mucho más, zonas que se están convirtiendo en desierto o inundando, pero sobre todo las condiciones de sequía, de desaparición de fuentes de agua dulce, de posibilidades de sembrar ¿qué va a ocurrir con estas poblaciones desplazadas que seguro van a llegar a las zonas periurbanas de las ciudades donde no hay condiciones de servicios, de una vivienda digna?”, observa.
Kruskaya Hidalgo Cordero, coordinadora de proyectos de la Fundación Friedrich Ebert Ecuador en el área de sindicalismo y feminismos, señala que desde los ecofeminismos, feminismos decoloniales, indígenas de Abya Yala y negros, entre otras praxis feministas, se problematiza no solo la relación entre seres humanos, “el tema del cambio climático se pone en la agenda feminista porque estamos pensando la relación que tenemos con la naturaleza”.
La investigadora y militante feminista con una maestría en Estudios de Género, explica que el cambio climático produce y agrava la desigualdad por las diversas estructuras de opresión que existen, donde históricamente hay grupos que han sido despojados de tierras, territorios, riquezas y recursos naturales, “como las personas racializadas, cuerpos negres e indígenas, que han sido negados de un territorio, de una propiedad comunitaria y excluidos de los propios lugares de origen, y las mujeres -sobre todo las racializadas- cuerpas feminizadas y disidencias”, que han sido despojadas de la propiedad privada.
En este contexto, advierte, las primeras personas que se ven afectadas por el despojo, la criminalización de la lucha de la tierra o fenómenos naturales, son aquellas sin recursos, que producto de la feminización y racialización de la pobreza son principalmente mujeres. Por ello, pensar el cambio climático requiere hacerlo en términos interseccionales y entender que sus impactos generan todavía mayor desigualdad. “Un terremoto causa daños materiales a una sociedad, pero quienes tienen más capacidad adquisitiva, propiedad privada, acceso a salud, tendrán otras formas de superar este fenómeno natural; la gente desprotegida ¿cómo va a poder superar un terremoto, una inundación, un incendio?”, cuestiona.
Puesto que la estructura patriarcal las pone en un lugar de mayor precarización, vulneración y vulnerabilidad, con menor acceso a la propiedad privada, a recursos y a educación, ante desastres naturales, fenómenos climáticos u olas migratorias, las mujeres están más expuestas a vivir violencias, despojo o destierro y quedan expuestas a trata y explotación sexual, “por eso es relevante pensar el cambio climático, los desastres naturales, el extractivismo y todos los temas tanto de globalización como económicos, con perspectiva de género y feminista, es importante problematizar cómo las mujeres están en primera línea de desprotección, no solo de la política pública, sino de elementos mínimos como la salud sexual y reproductiva”, dice.
Otro énfasis que pone Kruskaya Hidalgo es que los impactos son distintos también entre el Norte y el Sur global, históricamente saqueado, despojado y colonizado. “Esto se ve claramente en desastres naturales y con el cambio climático, quienes tienen mayor riqueza para dar respuesta son los países del Norte global y por otro lado, la mano de obra barata para dar esa respuesta a los desastres naturales viene del Sur global, entonces es muy importante entender que el tema del cambio climático es cuestionar el capitalismo, el imperialismo, la colonización, la colonialidad”.
Enfatiza que en un debate amplio se debe apuntar a estas desigualdades que generan impactos distintos, pero que lo mismo ocurre cuando ahondamos en las responsabilidades: “¿Cuáles son las sociedades que consumen más, que destruyen más la naturaleza, que basan este consumo en explotación, en mano de obra barata? Es el Norte global. Entonces no solo los impactos son diferenciados, sino que el Norte global tiene gran responsabilidad en el cambio climático actual”.
Lucía Delbene, en tanto, acota que si bien las responsabilidades no son las mismas entre Sur y Norte global, tampoco son las mismas entre mujeres y hombres, porque éstos son históricamente quienes han tomado las decisiones que llevaron a la situación en que se encuentra actualmente el planeta.
Las mujeres defensoras de la tierra han tenido un rol fundamental en la lucha contra el cambio climático, el sistema de opresión capitalista, patriarcal y colonial y en la defensa de los territorios y los recursos naturales. “Como las mujeres son las más afectadas por los megaproyectos y la devastación del medio ambiente, son quienes se organizan más para la defensa de estos territorios”, asegura Mariana Blanco.
Añade que “no hay una sola lucha en América Latina y a nivel mundial de defensa del territorio en donde no estén presentes las mujeres” y recuerda a modo de ejemplo a las defensoras de los bosques de Cherán en el estado mexicano de Michoacán que por años se enfrentan a las mafias organizadas de talas ilegales de los bosques.
Mientras, Kruskaya Hidalgo destaca la forma en que se articula esta lucha: poniendo el cuerpo y de forma colectiva. “Hay un acuerpamiento para proteger la tierra que nos lleva a pensar el cuerpo-tierra-territorio no solo como un cuerpo individual sino como un cuerpo colectivo”.
A opinión de la activista e investigadora feminista, la división occidental cuerpo-mente y algo externo a mi cuerpo, se desdibuja. “Se piensa en función a la comunidad, la tierra, la naturaleza, el territorio y ahí las mujeres nos han entregado aportes epistemológicos, teóricos y políticos para entender la lucha de los territorios y que el territorio es vida, no son solo recursos materiales, es cultura, son tradiciones, son lenguas, es habitar, es vivir constantemente, por eso debemos replantearnos qué significan los territorios y cómo el cambio climático, el extractivismo, están matando las comunidades, las genealogías, las historias, las herencias”.
En los últimos años en América Latina y El Caribe se agudizó la violencia contra mujeres defensoras de la tierra y los territorios. En Honduras se recuerda a la líder indígena y medioambientalista Berta Cáceres, asesinada a comienzos de marzo de 2016 por su oposición a la construcción de la represa Agua Zarca, y en Chile las organizaciones sociales aún esperan justicia en el que exigen sea reconocido como “femicidio empresarial” de la activista socioambiental de Panguipulli Macarena Valdés, opositora a la instalación de hidroeléctricas en el sector, ocurrido el mismo año.
La ONG Global Witness en su último informe anual sobre asesinatos de personas defensoras de la tierra y el medio ambiente, documentó el número más alto de muertes en un solo año hasta la fecha, un total de 212 asesinadas en 2019, un promedio de más de cuatro personas por semana. Más de 1 de cada 10 personas defensoras asesinadas eran mujeres. La mitad de esos homicidios se registraron en tan solo dos países: Colombia y Filipinas, y más de dos tercios de los asesinatos ocurrieron en América Latina, clasificada constantemente como la región más peligrosa para las y los defensores ambientales. La minería fue el sector más letal, con 50 defensores/as asesinados/as.
“Las personas de comunidades que viven de la tierra y expresan otras conexiones con ella son las primeras que están de pie de lucha para protegerla y por ende viven más violencias, entre estas, las mujeres defensoras de la naturaleza son las que están en primera línea y tenemos muchos ejemplos a lo largo de la región de lideresas que protegen la tierra, los territorios, la vida, que han sido asesinadas por la minería, petroleras, por los mismos Estados neoliberales”, lamenta Hidalgo.
Sobre las acciones que plantean los feminismos frente al cambio climático, Kruskaya Hidalgo cuenta que son múltiples y parten con la invitación a pensar maneras de habitar el mundo distintas al corte patriarcal, capitalista y colonial. “Hay formas de coexistir con el planeta, de tener una relación distinta con las comunidades, la tierra, el agua, con los animales, que vienen hace siglos, una de las alternativas es retomar las prácticas ancestrales de los pueblos y comunidades que existen en América Latina y en todos los continentes”.
Resalta que está la creencia de que las alternativas son muy lejanas y se tienen que hacer en la ruralidad, “pero vienen en el aquí, el ahora y en el lugar donde estemos y para la gente urbana también hay muchas respuestas que ya se están dando. Yo diría que pensemos otra vez lo comunitario, el cómo me relaciono con la gente que habita cerca de mí, formas a todo nivel, no solo qué consumo y dónde compro, sino a través de dónde hago esta relación ¿Hay intermediaries con los que estoy gestionando esta compra y venta, este intercambio? ¿Estoy utilizando plataformas digitales precarizantes para consumir? ¿Estoy transportándome en bicicleta o a pie para intercambiar cosas con otras personas?”, invita a reflexionar.
En la misma línea, Lucía Delbene manifiesta que cada acción debería preguntarse si colabora en generar comunidad, pues desde allí es posible avanzar hacia una sociedad más igualitaria y equitativa, y por otro lado, esa acción tiene que ayudar a reconectar a las personas con la naturaleza. “Vivimos en este mito, que estamos separados de la naturaleza y esta no nos afecta pero el COVID más que nunca nos sacudió del mito, es super importante trabajar con esa reconexión, en este sentido hablan los feminismos comunitarios de la categoría del cuerpo-territorio como un continuo donde tú afectas el territorio en que vives y el territorio te afecta a ti”.
La bióloga feminista subraya en la necesidad de tomar conciencia individual para luego generar articulaciones y redes para combatir el cambio climático. “Es importante la demanda hacia los gobiernos u organizaciones internacionales porque son las que hacen las reglas del juego, pero ese juego está marcado por reglas que son capitalistas y patriarcales, por eso las alternativas van a tener que ser de abajo hacia arriba y muy situadas. La receta no puede ser única, porque no se generaría un sistema justo dado que los territorios y las personas son distintos”, puntualiza.
Esta publicación es parte del trabajo colaborativo entre Página19 y FESminismos – El Futuro es Feminista, plataforma de todos los feminismos desde la Fundación Friedrich Ebert (FES) en América Latina y el Caribe.
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