Autor: Yair Maldonado Lezama
Quienes colaboramos desde el enfoque en “masculinidades” como un camino de conversación y reestructuración de las relaciones sociales e institucionales en México que pretende realizar una contribución a la equidad de género, hemos abordado el vínculo de esta agenda con la de cuidados a partir de los temas asentados legalmente y la defensa de otros aún pendientes de integrarse normativamente; todos ellos incluidos bajo el paraguas de la “corresponsabilidad”, abriendo puertas ¾temáticas¾, de entrada que apelen a la identidad masculina, siendo las más relevantes las paternidades integrales, la salud masculina y el autocuidado. Además, como un eje prioritario de una agenda más amplia en masculinidades (Carmona Hernández y Esquivel Ventura, 2018).
Como es bien sabido para quienes trabajan con la agenda de cuidados, es necesario considerar la existencia de una división sexual del trabajo que bajo el capitalismo crea tanto una clase política y económicamente privilegiada: los hombres, en su condición de maridos, como una clase política y económicamente subordinada: las mujeres, en su condición de amas de casa, que sostienen el funcionamiento total de las economías al asegurar cotidianamente, la calidad y cantidad de futura mano de obra disponible. La respuesta consensuada con respecto al papel del Estado sostiene que este debe responder con políticas enfocadas en la corresponsabilidad, la redistribución de los roles y responsabilidades, para que finalmente se cuestionen los mandatos de género y los varones asuman mayores responsabilidades domésticas y de cuidados. Habiendo dicho lo anterior y, desde la mirada interseccional y de sistemas de opresión complementarios, dentro del capitalismo no habrá mejor espacio que el laboral para interpelar la identidad masculina y reorientar las reparticiones de responsabilidades.
De forma complementaria, entendemos que para poder modificar las bases que sostienen los roles y estereotipos de género (división sexual del trabajo), es necesario intervenir todos los medios de socialización de género: el Estado, como primera instancia reguladora; la familia, como el núcleo de socialización y repetición de patrones de conducta sociales, pero también medios de comunicación, espacios laborales, espacios educativos (y sus materiales), entre otros (industria deportiva, artística, etc.). Es decir, apropiarnos básicamente, del modelo ecológico de Bronfenbrenner (1992).
Dicho modelo nos invita a reconocer que la masculinidad tradicional no solamente representa un obstáculo a la plena corresponsabilidad, sino que constituye uno de los principales vectores mediante los cuales se perpetua la división sexual del trabajo (roles y estereotipos), puesto que la identidad resulta ser una especie de guardiana del statu quo. Por ende, toda política pública y agenda que pretenda abonar y contribuir a la equidad de género desde la ruta del cuidado y corresponsabilidad, pero con enfoque en masculinidades, debe instalar distintas estrategias para contravenir las resistencias abiertas y encubiertas.
Por estas razones, los principales actores para lograr el mainstreaming 1 de la agenda de cuidados son: los hombres, el Estado y el mercado (entendido como los espacios laborales). Estos actores están situados en distintos ámbitos en el modelo ecológico: en el microsistema, con la implicación de los varones; en el exosistema, con la implicación de las y los empleadores, así como las instancias, sus políticas y las leyes que las rigen y, como última instancia, en el macrosistema, que comprende todas las creencias y prácticas de género responsables de reproducir esta división sexual del trabajo. Es así como las estrategias previstas a desarrollarse de formas paralelas corresponden a la de incidencia en políticas públicas de todos los niveles de gobierno, intervención de los espacios laborales y el mercado, además de conversaciones directas con los hombres.
Entretanto reconocemos que el Estado es el principal actor sobre el cual descansa la implementación de políticas públicas y el que debe generar las condiciones para exigir responsabilidades estatales, gubernamentales, responsabilidades al interior de las familias, responsabilidades comunitarias y, por supuesto, las que le corresponden al mercado. Es necesario exigir las responsabilidades hacia el mercado, fundamentalmente por considerarlo un actor económico que opera bajo condiciones altamente privilegiadas en nuestras sociedades y, a su vez, reproduciendo privilegios, roles y estereotipos. Y para ello se requiere un enfoque descentralizado, es decir, desplazar la conversación desde el tercer sector, la academia y los centros de estudio, hacia aquellos que usualmente no se incluyen: los espacios laborales, es decir, el mercado (Vargas Urías, 2023).
Esto se basa en dos ideas: la primera de ellas consiste en el reconocimiento de que el Estado, las familias, la sociedad civil y el sector privado, encarnado en las empresas, son actores sociales cruciales, en constante interacción y recíprocamente influenciados, por lo que adquieren una importancia similar, de alcance estratégico y amplia cobertura (en cuanto a ámbitos temáticos; en lo territorial, en lo poblacional e incluso desde una mirada ocupada en enfoques históricos), para la definición de la organización social del cuidado. La segunda idea es que, debido a la relevancia del tema de los cuidados para la vida pública, deben descentralizarse los esfuerzos, tanto desde los espacios académicos como desde los movimientos sociales organizados, enfocados únicamente en la actuación y las responsabilidades del Estado. Entonces, el reconocimiento de los cuatro principales actores sociales en la organización social del cuidado, exige que los esfuerzos del sector académico y de las organizaciones civiles por incidir en las políticas públicas se vean acompañados por la búsqueda de la incidencia en diversos frentes. De este modo, deben diversificarse los esfuerzos por instalar el tema del cuidado dentro del sector privado.
El sector privado, que es un actor económico muy privilegiado, contribuiría a la corresponsabilidad: la corresponsabilidad familiar, a diferencia de la conciliación entre el trabajo y la familia, representa una manera de cuestionar la división sexual del trabajo tradicional, la cual ¾derivada de la incorporación masiva de las mujeres a los mercados de trabajo a partir de la década de 1970¾, se basa en arreglos familiares de doble proveedor e ingreso, pero con una sola persona a cargo del trabajo de cuidado: las mujeres.
La ventaja y desventaja con la iniciativa privada, es que se trata de un ámbito en el que se pueden implementar medidas de gran impacto, considerando además la importancia de este en el ejercicio de la identidad masculina. Sin embargo, este ámbito no suele incluirse dentro de los esfuerzos de incidencia dado que las acciones solamente pueden producirse a nivel de promoción ¾dado que no existen los mismos mecanismos de exigibilidad que obligan al Estado a responder ante sus compromisos internacionales¾. No obstante, son justamente estos espacios los que pueden impulsar la responsabilidad activa de los varones en términos del trabajo doméstico y de cuidados, redistribuyendo y apropiándose de roles y responsabilidades antes eludidos.
Existen varias estrategias de trabajo para promover la incursión e inclusión de los hombres en las esferas típicamente “feminizadas” (trabajos de cuidados, domésticos, etc.) y estas deben trazarse en dos ejes paralelos:
Ambos ejes de trabajo deben considerarse como líneas complementarias e, incluso, desde el enfoque de derechos humanos, como interdependientes, ya que el fortalecimiento de uno influye positivamente en el otro.
Finalmente, la tercera línea de trabajo constituye la conversación directa con los varones. Mientras por un lado sean requeridos normativamente a cumplir con sus obligaciones (y varias nuevas leyes apuntan hacia esto, como la ley sobre deudores alimenticios), también es menester generar espacios de diálogo íntimo que interpelen la identidad masculina directamente, es decir, realizar una revisión del sistema patriarcal manifiesto en los mandatos de la masculinidad tradicional, intentando poner en relieve las secuelas en la vida de los varones, y cuáles serían los beneficios directos y concretos de sumarse al cuestionamiento del sistema, del statu quo, y de sus mandatos de género. Partimos del entendido de que, para los varones, los argumentos de la justicia de género y de la exclusión, violencias y desigualdades vividas por las mujeres no han sido suficientes para activar la responsabilidad masculina hacia la construcción de sociedades equitativas y libres de violencia.
En este sentido y, por experiencia, han existido diversas puertas temáticas que nos han dado entrada hacia una discusión más amplia de los cuestionamientos de mandatos de género y, sobre todo, de la masculinidad tradicional y machista. Estos temas se vinculan con el ejercicio de violencia; la salud masculina y autocuidado; y la paternidad entendida de un modo integral, pues muchos de los malestares masculinos esgrimidos como contraargumentos a la narrativa feminista, o desde la resistencia, hunden sus cimientos en alguno de estos tres paraguas temáticos.
En primer lugar, el ejercicio de violencia se instala como una demanda inmediata (e inclusive penal o administrativa), por parte de las mujeres hacia los hombres que las rodean. La oportunidad de explorar y transitar desde el maltrato al buen trato es parte de la agenda para la prevención y erradicación del ejercicio de todas las violencias, sobre todo en espacios no punitivos de reeducación masculina, y será clave observarlo como un elemento esencial para la agenda de cuidados2.
Entre las relaciones y dinámicas de desigualdad basadas en el género que establecen los hombres, se encuentran aquellas que generan consigo mismos. Específicamente, las condiciones de salud en las que se viven los hombres son precarias, no solamente por la falta de reconocimiento por parte del Estado sobre las necesidades prácticas e intereses estratégicos de los hombres y la falta de capacidades para garantizar el ejercicio de su derecho a la salud y el bienestar, sino porque muchos de los determinantes y factores de riesgo se asocian a creencias y prácticas que giran en torno al significado social de ser hombres, es decir, a su elemento identitario de género.
En cuanto respecta a la salud masculina y el autocuidado, es útil recordar de los primeros estudios en México “varón como factor de riesgo”, para sí mismos y para otros (de Keijzer, 1997), y las estadísticas de muertes por accidentes (viales y laborales), homicidios entre hombres y suicidios de hombres; todas ellas, representando una sobremortalidad para los hombres de México, replicada en todos los países occidentales. Similarmente, la desidia masculina a la hora de asumir la responsabilidad de sus propios cuidados y lo que ello implica (como, por ejemplo, el miedo masculino a los exámenes de próstata).
Todo esto sin perder la oportunidad de partir de la salud integral y de este modo conectar la salud física con la salud mental, e inclusive con la salud sexual, básicamente sobresimplificando y sin la necesidad de justificar la ausencia de educación de los hombres para cuidar de otros/as.
Finalmente, el eje temático y de trabajo más relacionado con el de cuidados será el concebir de paternidades integrales, holísticas, etc. Este tipo de paternidad refiere a un modelo que promueve la participación cotidiana en los cuidados por parte de los hombres, basada en una actitud respetuosa de los derechos humanos del resto de integrantes de la familia, con el fin de enriquecer esas interacciones y en favor de un entorno doméstico y personal libre de violencia, alejándose de modelos tradicionales de paternidad asentados en la ausencia, autoridad, imposición, etc.
1 La capacidad de integrar las prácticas y narrativas de la agenda de cuidados tanto dentro de la agenda pública como de la agenda política.
2 Partiendo de la idea que “a más licencias de paternidad, menos violencia doméstica”, idea explorada en Schapell et al. (2018).
Referencias
Bronfenbrenner, U. (1992). Ecological systems theory. En R.Vasta (Ed.), Six theories of child development: revised formulations and current issues. (Pp 187-249). Bristol: Jessica Kingsley Publisher.
Carmona Hernández, S. y Esquivel Ventura, I. (2018). Suma por la igualdad. Propuestas de agenda pública para implicar a los hombres en la igualdad de género. GENDES, AC. https://gendes.org.mx/wp-content/uploads/2022/11/doctecnico_suma.pdf
de Keijzer, B. (1997). El varón como factor de riesgo: Masculinidad, salud mental y salud reproductiva. Codajic. http://www.codajic.org/sites/default/files/sites/www.codajic.org/files/El%20varon%20como%20factor%20de%20riesgo.pdf En Tuñón, E (coord.). Género y salud en el Sureste de México. ECOSUR y UJAT; Villahermosa, 1997.
Schapell D’Inverno, A., Reidy, D. E. & Kearns, M. C. (2018, septiembre). Preventing intimate partner violence through paid parental leave policies. Preventive Medicine, 114, 18-23. https://doi.org/10.1016/j.ypmed.2018.05.024
Vargas Urías, M. A. (2023). The Participation of the Private Sector in Achieving Gender Equality: How Working With Men Can Promote Shared Responsibility. Men and Masculinities, 26 (5), 712-720. https://doi.org/10.1177/1097184X221148986
Sobre el autor: Yair Maldonado Lezama es licenciado en relaciones internacionales y maestro en estudios de desarrollo donde llegó al tema y finalizó con una tesis sobre masculinidades y sus resistencias. Se ha desempeñado en temas de derechos humanos y política pública en la academia y como revisor en el sistema público. Se ha involucrado en investigación e incidencia local en temas de género y masculinidades, derechos sexuales y reproductivos, derecho de las juventudes y del sector social en México e instituciones internacionales.
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